Seguro que ya has oído la frase «Si la vida te da limones, haz limonada», pues este post va de eso. Va de que las cosas pueden ponerse difíciles en algunos tramos del camino, y que la mejor forma de afrontarlas es con una limonada bien fresquita o con unos margaritas, y si la situación es muy complicada a lo mejor vamos a necesitar algo más fuerte, tal vez un tequila con limón, ¿y sal?, lo dejo a tu criterio. 😉
Y no, aunque lo pueda parecer, este post no es una invitación a ahogar las penas en el alcohol. Por más tentadora que sea la idea de olvidar los problemas con una buena borrachera, la verdad es que no soluciona absolutamente nada, por no hablar de la resaca. 😵 No queridos lectores, el alcohol no ayuda pero aprender a ser más resilientes sí.
Volviendo a los limones que nos da la vida, ¿Cómo llevas lo de hacer limonada? Te lo pregunto porque a mi me costó muchísimo poner en práctica mis dotes de «coctelera». Es difícil convertir el sabor agrio que nos dejan los planes frustrados en un sabor neutro, y todavía lo es más convertirlo en un sabor agradable.
Seamos sinceros, no es nada fácil ver el lado positivo de las cosas cuando todo va mal. Cuando parece que una nube negra se ha instalado sobre nuestra cabeza, porque todo lo que planeamos se tuerce una y otra vez. No es fácil mantenernos optimistas cuando las facturas se acumulan en el cajón, o nuestra relación se va a pique, o perdemos a un ser querido o cualquier otra situación que nos haga sufrir, pero sabes qué, hay que hacer un esfuerzo si queremos sacarle el jugo a la vida.
¿Sabes por qué nos cuesta tanto ver más allá de los nubarrones? Porque estamos demasiado ocupados sintiéndonos víctimas de las circunstancias. Estamos demasiado ocupados quejándonos, lamentándonos o culpando, a otros o a nosotros mismos. Y eso no quiere decir que no podemos ser realmente víctimas de una desafortunada situación, el problema reside en la autocompasión, en dejarnos arrastrar por el desánimo, en sentirnos indefensos e incapaces de cambiar las cosas. De hecho, victimizarnos y quejarnos es justo lo contrario a hacer limonada. Es lo equivalente a echar limón y sal en una herida abierta. Solo va doler más y empeorar la situación.
Las adversidades son inherentes a la vida humana, tanto las que se desencadenan por nuestras propias decisiones como las aleatorias que ocurren al azar. Por más planeado que tengamos todo, nunca vamos a poder controlar todas las variables, y como bien dice la ley de Murphy, si algo puede salir mal, saldrá mal.
Siempre habrá problemas que resolver. Siempre habrá situaciones indeseadas y dolorosas que tendremos que afrontar. Siempre habrá limones por el camino, así que la mejor estrategia es aprender a hacer las dichosas limonadas. Convertir los problemas en desafíos a resolver, en trampolines que nos ayudan a crecer, a superarnos y a avanzar. ¿Cómo? Desarrollando nuestra resiliencia, es decir nuestra capacidad para sobreponernos a los problemas, ya sabes, hacer limonada.
Para ser más resilientes tenemos que cambiar el modo como nos relacionamos con los infortunios. Dejar de lado el victimismo y asumir una actitud más proactiva, orientada a buscar soluciones, en plan, «ok, esta es la situación, ¿qué puedo hacer para mejorarla? Se trata de hacer lo mejor que podemos con lo que tenemos.
Los obstáculos pueden ser una gran invitación para superar nuestras propias limitaciones, para volvernos creativos, para reinventarnos. En este maravilloso «juego de la vida» no nos queda otra que convertirnos en expertos en extraer lo mejor que pueda dar cada situación, sobre todo las malas, que son amargas pero son las que nos enseñan las mayores lecciones.
Y hasta aquí por hoy. Ahora te toca a ti, te cedo la palabra. Comparte tu experiencia, tu opinión, o simplemente salúdame, si te apetece. Me encantará leerte.
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