¿Somos esa voz que parlotea todo el tiempo en nuestra cabeza? ¿Somos realmente como pensamos que somos? ¿Cómo distinguir entre nuestro “verdadero yo” y “falso yo”?
Hoy vengo hablarte del ego, no como concepto de exceso de autoestima sino como parte de nuestra identidad, para profundizar en el estudio del yo como herramienta de autoconocimiento.
Entender el funcionamiento del ego me ayudó muchísimo a entenderme mejor, y a reconectar con mi verdadero yo. Si es lo que deseas te invito a 2 minutillos de lectura. Te prometo que merecerá la pena ;-).
¿Qué es el ego de una persona?
Ego en latín quiere decir “yo” y desde la psicología se entiende como un falso concepto de identidad que construimos desde muy pequeños para ayudarnos a afrontar las incertidumbres, amenazas, adversidades y hostilidades, reales o imaginarias, que percibimos en las primeras etapas de nuestra vida.
Esta “falsa identidad” se crea a partir de factores externos tales como la identificación con un nombre, una cultura, una familia, unas ideas, unos valores, unos objetos y unos condicionamientos que terminan por convertirnos en la persona que creemos ser.
El concepto de ego fue formulado por primera vez en 1923 por Freud en su obra de referencia, El ego y el yo. Para Freud el aparato psíquico de la persona estaba formado por tres elementos: el ello (ID) que incluye los deseos más profundos ubicados en nuestro inconsciente, el yo (ego) que abarca los deseos conscientes y el superyó (superego) formado por las estructuras culturales y sociales incorporadas en nuestra mente.
No obstante, en la psicología actual ya no se habla de esta partición entre ello, ego y superego, sino que se entiende el ego como una identidad que construimos a partir de las creencias que hemos adoptado acerca de nuestra personalidad, talentos y habilidades. En otras palabras, se entiende como la construcción mental de nuestro «yo».
Somos seres extraordinarios, a la par que complejos, y a pesar de que los científicos llevan décadas estudiando el funcionamiento de nuestro cerebro, tanto a nivel tangible como intangible, todavía queda muchísimo por descubrir en este sentido, no obstante ya sabemos muchas cosas que pueden ayudarnos a entender mejor cómo funciona nuestra “torre de control” y te lo cuento a continuación.
Deconstruyendo lo que somos: cerebro, mente, ego y consciencia
Para entender mejor qué es y cómo se crea el ego es importe ver el bosque y no solo el árbol.
El cerebro es un órgano extremadamente complejo y enigmático que se encarga de regir todas las funciones de nuestro cuerpo, voluntarias e involuntarias, y también controla el aprendizaje, el pensamiento, la memoria, las emociones y los sentimientos.
Representa tan solo el 2% de nuestro peso corporal pero consume el 20% de la energía del organismo, y en él se intercomunican más de 86 mil millones de neuronas por medio de impulsos nerviosos, para transmitir información y llevar a la cabo las funciones cerebrales.
La biología nos da un cerebro, pero la interacción con el contexto exterior nos da una mente. El cerebro es un órgano tangible mientras que la mente es intangible, y a pesar de que están indivisiblemente interconectados, no son lo mismo.
La mente es el resultado de la actividad del cerebro pero a la vez está separada de él. Se influyen y se transforman mutuamente pero son totalmente distintos tanto en lo relativo a sus funciones como en lo relativo a su funcionamiento y desempeño.
Mientras que el cerebro genera impulsos eléctricos que se pueden medir, la mente crea experiencias subjetivas y se expresan a través del pensamiento, ¿Te suena esa voz en tu cabeza que nunca calla? Eso es la mente.
La mente interpreta y atribuye significado a todo lo que vemos, oímos, sentimos, percibimos o experimentamos, creando así nuestra propia versión de la realidad.
Una misma situación puede ser interpretada de muchas maneras, la forma como lo hacemos nosotros determina cómo percibimos el mundo que nos rodea y cómo nos sentimos respecto a lo que nos pasa, condicionando así el modo cómo respondemos a las situaciones.
Como ya te comenté previamente, nuestra identidad es una creación de la mente. La idea que tenemos de nosotros mismos se construye a partir de la interpretación que hacemos de nuestras vivencias y experiencias, desde el mismo inicio de la vida y sigue a lo largo de toda ella.
Cuando nacemos nuestro cerebro no está totalmente formado, y aunque traemos de fábrica una serie de talentos, dones, características y rasgos de temperamento, no somos conscientes de ello y tampoco tenemos la capacidad para discernir sobre lo que nos sucede, de modo que nos orientamos por lo que nos dicen nuestros padres y en torno, tanto de manera verbal como no verbal, y a partir de esta información externa creamos nuestra identidad, eso es el ego.
Nuestro instinto de supervivencia nos lleva a construir una identidad que nos permita ser aceptados, amados y protegidos en el ambiente que nos ha tocado vivir, por este motivo el ego se mueve siempre en el ámbito del “yo”, “mi”, “me”, “conmigo”.
Se trata de un mecanismo de autoconservación necesario en nuestra infancia, pero deja de serlo a partir del momento en el que nuestro cerebro está lo suficientemente desarrollado como para poder vivir de forma consciente, sin embargo, nadie nos enseña eso.
Llegamos a la edad adulta y seguimos identificados con nuestro “falso yo”. Asumimos como ciertas muchas de las creencias limitantes y condicionamientos que hemos asumido como ciertos en nuestra tierna infancia, y eso hace que pasemos por la vida con muchas penas y unas pocas glorias, resignados a la “suerte” que nos ha tocado.
Pero existe una forma muy distinta de vivir, desde una dimensión en la que dejamos de actuar bajo el influjo de los condicionamientos del ego y reconectamos con nuestra autenticidad, para permitir que aflore nuestra esencia, dicho de otro modo, nuestro verdadero yo.
La esencia es lo que somos potencialmente, es nuestra verdadera naturaleza, la suma de todos los talentos y virtudes que traemos de fábrica. Es aquello que podemos llegar a ser si trascendemos el ego y superamos las creencias limitantes que hemos adoptado como verdades absolutas.
¿Y cómo hacemos eso? A través de consciencia.
La consciencia es un estado de la mente, y se define como la capacidad para darnos cuenta de nuestra propia existencia. Es lo que nos permite ser conscientes de que somos conscientes, y no solo eso, también nos permite reflexionar, cuestionar y razonar nuestros pensamientos, ideas y creencias.
Es lo que nos permite identificar, asumir y cambiar todo aquello de nuestra forma de pensar, de ser o de hacer que nos impide liberar el potencial dormido que todos llevamos dentro. Es la capacidad que nos permite Ser sin condicionantes, para vivir desde nuestra esencia genuina.
Cómo actúa el ego y cómo controlarlo
Cuando vivimos desde el ego nuestros pensamientos y actitudes están condicionados por las creencias del “falso yo”. Desde esta dimensión tenemos la tendencia a creer que somos como somos y que no hay que hacer para cambiarlo.
El ego es egocéntrico y poco objetivo. Es esa parte nuestra que siempre cree tener la razón, que todo lo ve en blanco o negro, que es poco flexible, que no acepta bien las críticas, que se deja llevar por la ira, que pierde buenas oportunidades por orgullo y reacciona a las circunstancias de forma irreflexiva e irracional.
De algún modo el ego se siente especial y diferente pero, paradójicamente siempre busca encajar, gustar y ser aceptado por los demás, por este motivo le importa tanto las opiniones ajenas. Además, se toma todo muy a pecho, como una ofensa personal, y le cuesta mucho ponerse en la piel de los demás.
El ego es victimista. Cuando vivimos identificados con el ego nos convertimos en víctimas de las circunstancias y siempre buscamos justificaciones y culpables para no asumir nuestra propia responsabilidad en el desenlace de las situaciones.
En el universo egocéntrico la felicidad siempre es algo externo que alcanzaremos cuando pase eso o aquello, y es verdad que cuando sucede lo esperado nos sentimos felices, pero la satisfacción del ego siempre dura poco, y antes de que nos demos cuenta volvemos a sentir una especie de vacío e insatisfacción, como si nos faltara algo, y la “búsqueda” vuelve a empezar.
Desde el ego es imposible encontrar la felicidad por una sencilla razón, la felicidad emana del interior. Es un estado de ánimo en el que nos sentimos satisfechos con la persona que somos y con la vida que tenemos, a pesar de las circunstancias.
El ego es incoherencia es estado puro, por este motivo muchas veces nos lleva a actuar en contra de nuestro propio bienestar. Cuanto más nos identificamos con ego menos conexión tenemos con nuestro verdadero yo. La falta de conexión con nuestro “yo verdadero” nos conduce a la insatisfacción, incomprensión, aislamiento, vacío existencial y soledad.
No se trata de lapidar el ego, sino de entender que desempeñó un papel importante en nuestra historia, y nos ayudó a “sobrevivir” en una etapa en la que éramos totalmente dependientes de nuestros cuidadores e incapaces de tomar decisiones conscientes, pero llegados a la edad adulta tenemos de trascender el ego para reconectar con nuestro verdadero yo.
Cuando vivimos desde nuestra esencia conectamos con nuestra autenticidad, y eso nos permite ser la persona que potencialmente somos, ser nuestra mejor versión.
Se despierta en nosotros un nuevo sentimiento de valía que nada tiene que ver con las hazañas del hacer o del tener, inspiradas por el ego, sino que nos sentimos valiosos por el mero hecho de existir.
También surge una nueva forma de relacionarnos con nosotros mismos, no desde la crítica y las exigencias, sino desde el amor, la compasión y la paciencia. Nos permitimos ser tal y como somos, sin miedo a ser juzgados y criticados por los demás porque dejamos de necesitar su aprobación y reconocimiento para reforzar nuestra falsa identidad.
Reconectar con nuestra verdadera naturaleza implica desconectar del ego. Ambas dimensiones son inherentes al ser humano y a la vez son opuestas.
El ego mira hacia fuera debido a que es un mecanismo creado a partir de la información que recibimos del exterior, mientras que la esencia mira hacia dentro porque emana de nuestra auténtica naturaleza.
No se puede eliminar el ego porque forma parte de la dimensión humana, no obstante podemos aprender a detectar cuando nuestro comportamiento es fruto del ego.
A través de la consciencia podemos controlar su impacto en nuestra vida. Eso requiere un trabajo activo de observación y reflexión acerca de lo que pensamos y sobre el modo como reaccionamos y respondemos a las situaciones.
Solo desde la consciencia podemos manejar nuestra mente y callar el ego para escuchar lo que de verdad anhela nuestro corazón. En palabras de Jiddu Krishnamurti “No eres la charla que oyes en tu cabeza. Eres el Ser que escucha esa charla.”
Y hasta aquí este artículo. Espero que esta «charla» haya resultado tan agradable para ti como lo ha sido para mí. Y si te ha gustado este post, deja tu comentario. Me encantará leerte.
Un abrazo,
Marcia.
Hay 3 comentarios
Deja tu comentario